Los dictámenes "ciegos" son, en gran medida, indecorosos: permiten a los dictaminadores ventilar sus frustraciones y, si adivinan el nombre de los autores de libros o artículos, dirigir en su contra sus jáculos envenenados. Ocurre también entre los miembros de comités de becas. Me pasó con una dictaminadora y excolega. Por más que se agazapó tras un veredicto "objetivo", mostró sus nulos talentos mordaces.
Opuesta a que recibiera apoyo de investigación en la Universidad Autónoma de Baja California, la dictaminadora afirmó que yo lo ignoraba todo sobre acervos. Para esto se basó en que, al mencionar el Archivo General de la Nación (AGN), no hubiera distinguido la sala cuatro. Era allí donde, según ella, se encontraba gran parte del material que yo requería. Allí se quitó su máscara la maestra Aidée Grijalba. Deseosa de demostrar que era quien más sabía sobre el AGN en el mundo (vivió de él muchos años, en Ciudad de México), sugirió que no tenía idea yo de dónde buscar, o hasta por qué indagar.
Como en el caso de las becas de investigación que menciono, los dictámenes de "colegas" son peores. Puedo vivir sin que una institución me otorgue dinero, pero no soporto que alguien más del gremio se escude bajo el anonimato. Carecen de valor y de ingenuidad. En todo caso podrían guardarse sus críticas para la publicación. Pero como rara vez se critican públicamente los artículos, la autora de este dictamen decidió que era mejor cortarle el cuello al ave, antes de que batiera alas y escapara del paraíso.
Publico hoy una de tres cartas dictaminadoras que escribieron sendos historiadores respecto a un artículo mío basado en lo teórico en el trabajo de Sigmund Freud (y William C. Bullit, un "colaborador" norteamericano suyo, que había sido embajador en Rusia) sobre la personalidad de Woodrow Wilson. El de Freud es un estudio poco conocido o citado, pues lo publicó su "coautor" Bullitt (a quien considero su censor) tras la muerte del psicoanalista.
En el fondo, lo que quería mostrar era el acento desequilibrado que otros historiadores han dado al gobierno de Huerta considerándolo tan solo un problema político "nacional" y no uno afectado por cuestiones "diplomáticas" binacionales. Reconozco lo controversial de mi hipótesis. Lo que no anticipé es que fuera en contra de la primera de mis tres evaluadores. Reproduzco la carta, pero también transcribo las partes nodales de su argumento, para responder a ellas. Al menos doy así la cara y no me amparo tras el sigilo.
En lo que sigue utilizo corchetes para comentar el dictamen y agrego un "[sic]" para llamar la atención a las aseveraciones (en mi opinión equivocadas o inválidas) de la dictaminadora.