Los nombres públicos de los autores
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¿Deben respetarse los nombres de autor o de imagen pública, o los editores pueden cambiarlos a su antojo? Confío en que después de este ensayo estos últimos piensen lo que hacen. Si alguien como Lorenzo Meyer tiene un segundo apellido y no lo usa, debemos respetar su elección. La lista es interminable. Solo a los burócratas sirve de algo colocar todos los nombres que aparecen en el acta de nacimiento o, en casos como el mío, agregarlos si no están allí. Para mí los promotores de la cultura en Colima, deben dejar de ser provincianos y ponerse a la altura de la labor que privilegian.
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Recién obtuve un ejemplar de la obra "Tierra de letras: bibliografía analítica de autores colimenses. Libros de historia 2001-2005" (Colima: Archivo Histórico del Municipio de Colima y Tierra de Letras, 2016), coordinado, al parecer, por Enrique Ceballos Ramos, quien se apunta como responsable de la "investigación bibliográfica".
Este libro compila a cuatro reseñadores: José Manuel González Freire; Mirtea Elizabeth Acuña Cepeda; María de los Ángeles "Mara" Rodríguez Álvarez, y José Luis Silva Moreno. Confieso que no lo he leído en su totalidad y que me he dirigido a las reseñas de dos libros en los que participé como coordinador, con Silvia Arrom, y como autor. Dos fueron las reseñas que surgieron de esas dos obras y por lo tanto responderé a ambas de manera separada. Por último discutiré el uso de mi nombre de autor (o imagen pública y privada) que —quien haya sido— no respetó.
José Luis Silva Moreno afirma en su párrafo inicial: "Servando Ortoll es uno de los historiadores que llegaron a Colima en la década de 1990 [sic] para participar, como profesor, en un posgrado en Historia Regional en la Universidad e Colima [..]".
Silva Moreno se equivoca. No llegué a Colima en la década de los noventa. Arribé a mediados de los ochenta. Y no para participar como profesor en la maestría en historia regional: fui su creador. Me sorprende que alguien que publique sobre mi persona tenga tan poca información a mano y reproduzca ideas equivocadas.
Humberto Silva Ochoa me llevó a Colima cuando estaba por concluir mi doctorado en Columbia. Esto obedeció a que José Miguel Romero de Solís, quien me conocía, me convocó a ser parte de un naciente grupo de investigadores, en la universidad. Ni siquiera me trasladé a Colima para crear una maestría. Llegué para investigar sobre la historia de Colima y de su región. Al poco tiempo (esto lo ignoraba yo) Humberto Silva decidió crear un centro de humanidades (que por cierto tuvo un nombre oficial tan largo y vergonzoso, que lo reduje a tres palabras) y me eligió como su primer director. Lo importante del centro fue la idea del entonces rector de crear, a la larga, una escuela de humanidades. Reconozco que no entendí su mensaje y que pensé que se trataba de planes muy remotos de la realidad. Me equivoqué.
Quien quiso que creara una maestría en historia fue el aspirante a sucesor de la rectoría de Humberto Silva: Fernando Moreno Peña. Lo había olvidado pero alguien me recordó cómo estuvo cultivando mi amistad y cómo con frecuencia iba por mí al Centro de Humanidades (entonces en Gabino Barreda) para invitarme a desayunar. Su plan era mostrar que lo suyo era lo académico (nada más distanciado de sus verdaderos propósitos) y que por tanto creara yo una maestría en historia. Caí en la trampa. Todavía en la primera fiesta que celebraba su puesto como rector, llegó varias veces a tomarme del brazo y repetir: "maestro, cuento con esa maestría". "No te preocupes", le respondí igual número de veces que se me acercó, ya entrada la noche.
Lo reitero: no fui a Colima a ser profesor como erróneamente lo atestigua Silva Moreno. Fui como invitado de Humberto Silva Ochoa a participar en un proyecto humanista suyo que, infortunadamente, no fructificó. Aunque en general su reseña es positiva, agrega el reseñador de mi libro sobre Arnold Vogel que el ser cónsul de Alemania en Colima era un "título honorífico y claramente [sic] marginal".
No lo digo yo y no veo cómo era "claramente" marginal: en tiempos revolucionarios, su papel fue clave para salvar vidas de extranjeros (en particular de norteamericanos), así como para servir a una colonia alemana que, aunque pequeña, era económicamente importante: en Colima, y en la región circundante. Más que de ornato, el puesto diplomático de Vogel fue cruial durante la segunda y tercera década del siglo XX, en Colima.
Retomo la reseña ahora de María de los Ángeles Rodríguez Álvarez. En su párrafo inicial, asegura: "Como su título lo indica[,] el tema general del libro son movimientos sociales [sic] ocurridos en Latinoamérica desde el periodo colonial, aunque la mayoría corresponden [sic] al siglo XIX, y tres al siglo XX". No. La reseñadora no entendió el libro. No hablamos de "movimientos sociales", en "Revuelta en las ciudades: políticas populares en América Latina", escribimos específicamente sobre motines. Esto, porque los motines son los que ocurren, por definición, en las ciudades; las revueltas agrarias, en el campo. El concepto de "movimientos sociales" es tan genérico que por supuesto que no corresponde a nuestro libro. Me apena decirlo, pero nuestra reseñadora no interpretó correctamente nuestro esfuerzo por tratar a los motines como algo específico a lo que ocurre en las ciudades.
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Menciono ahora a lo que en inglés se llama "persona" y que se traduce como nombre público o "imagen pública". Muchos autores utilizan y han utilizado seudónimos. La propia María de los Ángeles Rodríguez Álvarez agregó "Mara" como se le conoce en Colima, a su nombre. ¿Por qué entonces no respetar el nombre público que un autor utiliza y por el que llega a ser conocido? Es irrespetuoso cambiar su nombre de autor (que también es su marca), porque un autor no es necesariamente la misma persona que porta el nombre. Cito un ejemplo. Hace cosa de 20 años, una exestudiante mía escribió una tesis de licenciatura sobre cristeros. Al leer la tesis descubrí que citaba indistintamente a una autora con dos nombres distintos.
Alicia Olivera de Bonfil, como autora en 1966 de "El Conflicto Religioso de 1926 a 1929, sus antecedentes y consecuencias" no era la misma autora que la Alicia Olivera de "La Literatura Cristera", aparecido en 1994. Fue para mí evidente que la autora había cambiado de estatus y que al definirse como Alicia Olivera (sin el “de Bonifil”), era otra su imagen pública. Por lo tanto mi exestudiante, siguiendo mis indicaciones, revisó su tesis y modificó lo que hubo de cambiar. Al momento de su muerte (y seguramente que a su pesar) se le conoció como "Alicia Esperanza Olivera Sedano de Bonfil (1933-2012)". Pero esa tercer versión de su nombre no correspondía a los dos que ella seleccionó para ser reconocida en público.
Otro caso interesante (por lo dramático) fue el de mi colega y amiga Annette B. Ramírez de Arellano. Cuando ambos enviamos un artículo sobre Frida Kahlo a la revista "GénEros". Las editoras (todas ellas feministas, con lo que estoy perfectamente de acuerdo; pero también ignorantes) quitaron, sin consultar, el "de Arellano" al nombre de mi amiga: pensaron que esta parte correspondía al apelativo de su marido. El apellido completo (puede consultarse en muchas partes, de otros miembros de su familia) es "Ramírez de Arellano", completo.
Para encaminar al extremo mi argumento: me imagino que si Tierra de Letras publicara en Colima una obra de Gabriela Mistral cambiaría su nombre —porque "ese" es el verdadero— al de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. ¿Quién diablos reconocería a esta premio Nobel? Para volver a mi caso. Me molestó que en las reseñas que mencioné, apareciera mi nombre con el añadido de "Estrada". Mi nombre de autor o imagen pública es Servando Ortoll, punto.
¿Reniego de mi madre? Pueden mis lectores creer lo que sea, pero lo cierto es que, en mi acta de nacimiento original (antes de que los burócratas gubernamentales lo "igualaran" todo) es Servando Ortoll a secas. Las dos faltas de respeto a los autores que menciono es vergonzosa. Muestra además que, a pesar de los años y para mi sorpresa, las mismas personas que buscan avanzar la cultura en Colima, son las que la que la hunden en el más rancio provincialismo.