Sobre plagios y plagiadores
Quien plagia roba y engaña. Recientemente un tinterillo dijo a un colega: "ustedes lo único que hacen es opinar. Cuando alguien piensa como ustedes aseguran que los está plagiando". Hmmm... puede ser. Pero la verdad es más complicada que eso: tan complicada que escapa al entendimiento del tinterillo.
El plagio es una cosa seria. Primero, porque roba al autor de una idea o de un trabajo y lo asume como propio o: en el caso de la "historiadora" Angélica Peregrima, lo "obsequia" a otros como hizo con unas traducciones mías. Ya regresaré a esta asaltadora de obra ajena. Segundo, porque engaña a los lectores. Un lector tiene el derecho a saber (como un autor la obligación de revelar) quién dijo o escribió qué cosa. Quien plagia, ya lo dije, roba y engaña.
Como autor y como maestro me he encontrado infinidad de veces con gente proveniente de ese grupo extraño y marginal. Sus miembros se reproducen de manera acelerada. Lo peor: se creen impunes. Angélica Peregrina (además de repartir entre sus compinches mis traducciones, me ha robado la autoría de uno de mis artículos) es una de ellas. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) ya castigó al menos a uno de sus miembros por plagio, quitándole la beca por seis años. Cuando, a finales de los noventa acusé a Peregrina de plagiar mis traducciones, el SNI nunca me contestó. ¿Castiga la institución a quienes no tienen padrino que los proteja? Lo sospecho.
Son legión los estudiantes que plagian. ¿Qué ganan? ¿Tiempo? ¿Una sonrisa por haber engañado al profesor? ¿Todo lo anterior? Un estudiante de posgrado apellidado Cedeño (?) de Colima fue al ingenio azucarero de Quesería. Allí recogió todos los artículos periodísticos que guardaban sobre la empresa; pagó a una secretaria para que los copiara en limpio, y me los entregó como trabajo final. Nunca leyó el contenido, ni se esforzó por hacer que este fluyera como un texto. Leí su entrega y por supuesto lo reprobé.
Una estudiante de doctorado en El Colegio de Sonora, fue otra plagiadora. Nunca trabajó, ni entendió nada en un curso de teoría sociológica. Pese a esto, entregó un trabajo en el que combinaba y contrastaba dos libros de Émile Durkheim. Era imposible que hubiera escrito el texto. El colega con el que impartí el curso y yo concluimos que la exdirigente de telefonistas de Sonora no lo había escrito. Reunimos a todos los estudiantes y uno a uno le preguntamos cómo había escrito su texto. Cuando llegó su turno, no tardó en percatarse de que habíamos descubierto su plagio.
"¿Me acusan de plagio!", vociferó. Aseguró que por supuesto había escrito ella el texto aunque no respondió a preguntas específicas que le planteamos. Al salir del aula en donde nos encontrábamos, cambió. Afuera corrió con sus compañeros y les dijo, llorando, que la acusábamos de plagio. Equivocó la profesión: era una excelente teatrera. Resultó además que era íntima de la directora de El Colegio de Sonora y acusarla de plagio me costó a la larga el puesto de profesor investigador.
Hace dos años, reprobé a dos estudiantes de doctorado que tomaron, sin modificarlo siquiera, un texto de la Internet y lo entregaron como trabajo final. Ambos entraron al programa de doctorado en el Instituto de Investigaciones Culturales-Museo, sin previa entrevista. El año pasado, cuando tomé mi sabático, sus protectores me quitaron la beca al desempeño: no porque no hubiera publicado libros y artículos; impartido cursos; titulado a tres estudiantes de maestría y demás. Más bien porque, según ellos, no subí los materiales probatorios a su plataforma. ¿Importaba eso o fue una excusa para no becarme?
Nunca me mostraron cómo fue que no aparecieron los documentos probatorios en su plataforma. Y por supuesto no importó todo mi trabajo del año anterior. Como no había prueba alguna en "la pantalla", perdí mi beca interna. ¿Venganza o paranoia mía? ¿Ambas cosas? Lo cierto es que tras esa experiencia, me jubilé. No pude permanecer en un lugar en donde se privilegia el plagio: un exdirector del instituto donde laboraba y hermano del tinterillo que cité al inicio, fue un plagiador sin escrúpulos. ¿Qué esperar entonces de los estudiantes?
El plagio es común en México y no existen formas estandarizadas de castigarlo. Los casos surgidos en los últimos años están conectados, lo creo, con cuestiones externas al plagio: xenofobia, antisemitismo, envidia laboral... Imposible probarlo. Pero lo cierto es que dos de los casos más nombrados fueron de un académico judío y de otro que es latinoamericano. ¿Por qué el odio contra ellos y no contra otros? ¿Por qué plagiadores conocidos siguen por las calles saludando con bastón ajeno? Son preguntas retóricas, obvio. Individuos como Angélica Peregrina siguen impunes por el respaldo que tienen. Víctimas como quien esto escribe, sufrimos las consecuencias.