No nos digan qué hacer, a los (verdaderos) investigadores

Javier Bravo Magaña
Fernando Vizcarra
SNI
doctorado honoris causa

El público en general, incluso los más interesados en áreas como física o historia, siempre creen que pueden orientar la pesquisa de los investigadores. En mi carrera como sociólogo e historiador, así como de administrador (por fortuna esta última, corta) solo encontré a dos personas que no sabían qué investigar: el supuesto lingüista Javier Bravo Magaña, y Fernando Vizcarra. El primero se presentó ante mí como director de un centro de investigaciones en Colima, con cara pálida y me preguntó: "¿Oyes, qué se hace en un centro de investigaciones?" Por los resultados de sus muchos años en la Universidad de Colima, la respuesta la dio él: nada.

El segundo, Vizcarra, es un parlanchín. Escribió una tesis de doctorado en España sobre la película "Blade Runner" y de las más de 200 páginas, le dedicó exclusivamente 14 al tema. Los demás capítulos los dividió entre "teoría", "métodos" y quién sabe qué más. Tiene unas anécdotas maravillosas, pero lo único que hizo fue copiar el proyecto de un investigador del ITESO y aplicarlo a Baja California: el "quién es quién" (sus amigos) en el área de comunicación. Cómo llegó al nivel tres del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) es, para muchos, un misterio. Lo sería para mí también, si no supiera cómo se manejó para entrar directamente al nivel dos cuando no lo habían admitido antes.

Se le llama en mi pueblo "amiguismo". Al poco, al amigo que lo metió al nivel dos y posteriormente al tres, le otorgó la Universidad Autónoma de Baja California, un honoris causa. ¿Coincidencia? Lo parecería si no fuera porque (me contaron) el recién honrado después de degustar una cena con su familia (muy) extensa de siete tiempos, preguntó a un amigo mío cuándo renovaba su solicitud, para ayudarlo. Como imaginaba que pasaría algo así, me negué a asistir a la comida que fue parte de su recompensa. El entonces director del instituto donde trabajaba me obligó a ir (aludiendo compromisos "académicos") a la ceremonia oficial, pero no a que los acompañara a comer. No era para mí celebrar el éxito de dos rufianes del mundo universitario.

A diferencia de Bravo y Vizcarra, muchos de los que investigamos, tenemos ideas propias y el tiempo limitado. Por eso llamó mi atención cuando, en una conferencia reciente a la que asistí en Colima, un miembro del auditorio empezó a "dictar" temas a la ponente. No lo hizo a buen seguro de mala fe. Él quería honrar a pilotos colimenses que habían fallecido en accidentes aéreos. Nada de malo en ello. Pero ese es un tema que, quien lo propuso, debe investigarlo; no dictárselo a otros. Casos parecidos abundan.

El último que me tocó a mí fue que el director del lugar donde laboraba me llamara a su oficina para pedirme (o incitarme a) que escribiera una historia del instituto. "¡Cómo?" le contesté indignado. Sí: yo era historiador de casa (mis palabras) y para el "X" aniversario se le había ocurrido que se escribiera una historia del instituto. ¿Y quién mejor que yo?

--"Eso es un insulto", le contesté.
--"¡Ahhh!, ¡un insulto!", respondió molesto.
--"Claro, no voy a escribir una historia del instituto. Que la escriba alguien más. Tengo cosas qué hacer".

No podía entender el director que no podía imponerme una tarea tan prestigiosa como esa y que además me opusiera a ejecutarla. Me levanté y lo dejé hablando. No azoté la puerta porque podía haberse caído, pero...

Después reflexioné sobre lo que pude haber escrito y que me hubieran censurado: ¿que un colega plagió en su tesis de doctorado y en otros muchos lugares? Esto ¿después de inventar que le habían robado una laptop que había puesto bajo el asiento, en un auto que faltaba poco para acabar en el deshuesadero?, y ¿que la extrajeron del coche mientras compraba deprisa unos pañales?

Por supuesto que me impedirían contar esta y otras historias. Habría tenido que escribir una historia oficial, alabando a los creadores del centro; a quien lo convirtió en instituto; al director en funciones. Todo, como si no tuviera más que hacer con mi vida. Era como si como historiador estuviera pendiente de órdenes superiores, para iniciar labores.

Que contraten a los Bravo y a los Vizcarra, digo, y que a los verdaderos investigadores, nos dejen en paz.

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