Carl Lumholtz, ese desconocido
Me interesó Carl Lumholtz como viajero desde que supe de su existencia. No me había preocupado tanto por él porque la zona que visitó, según pude apreciarlo, era más al norte de la que me apasionaba. No obstante, lo mantuve en mente durante muchos años.
En una ocasión, como parte del trabajo de una investigadora de la Ciudad de México, recibí un apoyo para viajar a Nueva York y rescatar (con permiso) fotos que Carl Lumholtz había tomado de huicholes en uno de sus viaje. Aproveché por adentrarme en el pequeño archivo en el que contaban con parte de su correspondencia: hablo del American Museum of Natural History en la Ciudad de Nueva York.
Fotocopié la correspondencia y unas "máscaras" dibujadas en color mostaza sobre hojas de papel. Dibujadas digo, pero en realidad estaban conformadas con ese material sobre las hojas y al tocarlas se sentía el grosor de los dibujos. Las fotocopias, que en los noventa (o al menos en el museo) no eran de color, no se aprecian bien.
Algo me acercó más a Carl Lumholtz: unos colegas del Laboratorio de antropología de la Universidad de Guadalajara, como verdaderos principiantes, habían publicado un folletito sobre Lumholtz. Su trabajo me pareció tan rudimentario e injusto para la figura de Lumholtz, que busqué materiales que ellos desconocían y así empecé mi pesquisa formal sobre el etnógrafo y explorador.
Busqué en todas partes materiales de Lumholtz: le dediqué tiempo en la Library of Congress. También lo busqué en la biblioteca Butler de Columbia University y en la Public Library de Nueva York. Seguí en otros archivos y bibliotecas del noreste. Las revistas donde aparecieron sus primeros artículos no eran de gran circulación.
Ocurrió lo que siempre: algunas revistas estaban en más de un acervo mientras que otras bibliotecas no tenían las revistas verdaderamente difíciles de encontrar. Entre otras cosas encontré un texto que Lumholtz publicó originalmente en noruego (que después una estudiante noruega tradujo al español). Al leer los textos originales, me encontré con un individuo fascinante. También leí en Washington las memorias inéditas del antropólogo Alex Hrdlička, quien dedicó unas páginas a un viaje (para él ingrato) que compartió con Lumholtz. Ya no regresé al Smithsonian a leer la correspondencia entre ambos, que debe existir.
Lumholtz había dirigido una primera gran exploración (en 1894) rodeado de todo tipo de científicos que fueron a explorar México; había probado el "híkuri" y ante un grupo de científicos de Washington o Nueva York, había hablado de su inusual experiencia: se le quitaba a uno el hambre; se volvía capaz de ascender montañas sin esfuerzo alguno; perdía durante ese trance todo interés sexual.
Rastreé más su pasado. Encontré fotos de Lumholtz en varios acervos estadounidenses. Solicité que reprodujeran las pocas que hallé. Tropecé con una toma bellísima que debió ser de él pero que ni la bibliotecaria ni yo pudimos determinar su identidad. De todas maneras solicité una copia: trata de un explorador rodeado de huicholes o tarahumaras. (Discúlpese mi ignorancia, no supe identificarlos a primera vista, aunque me parecieron tarahumaras).
Aproveché mis viajes por el noreste norteamericano para encontrar materiales en los que los historiadores tradicionales (en particular mexicanos) nunca piensan: objetos en museos y en otros lugares parecidos. En un museo que visité guardan muchos de los materiales que Lumholtz rescató (o extrajo) del norte de México.
Me contó el museógrafo que tenían una colección de flechas y objetos religiosos. Me preguntó si quería verlos. Le respondí que no, porque lo que me importaba entonces era tomar nota mental sobre dónde o en qué tipo de lugares podía rescatar más materiales sobre Lumholtz. En otra biblioteca de una ciudad universitaria encontré rollos de música (en cera) que Lumholtz había grabado. Seguían vírgenes: nadie los había escuchado.
Además de los objetos mencionados, reuní la que debió ser la narración más completa de los viajes de Lumholtz entre huicholes y tarahumaras. Esto, antes de que publicara su famoso libro de "México desconocido". En una librería de viejo de la Ciudad de México encontré una bellísima traducción de este libro al español, por un colimense que había sido diplomático. Son dos volúmenes empastados en piel, con papel de estraza, que forman parte de mi biblioteca personal.
Al saber de los materiales que había reunido, Jean Meyer --entonces director del Centre d'études mexicaines et centraméricaines (CEMCA) de la embajada de Francia-- emocionado, me propuso pagar la traducción de los artículos de Lumholtz para que yo escribiera la introducción. Me sentí como gente grande. Acepté su oferta y al poco tiempo recibí más de 300 páginas de traducciones. Se veían increíbles. Iba a escribir la introducción cuando cotejé los originales (un tanto al azar) con las traducciones.
Me sorprendí. Las traducciones tenían errores garrafales. Esas traducciones no podían publicarse tal cual. En un lugar, por ejemplo, y perdóneseme que no recuerde la palabra en inglés, el original decía vasijas y la traducción cráneos. Lumholtz hablaba de un sitio en donde había encontrado un basurero de vasijas y el traductor o traductores, habían confundido una palabra con otra.
Esto me llevó a leer todas las traducciones y encontrar errores de esa índole (descubrí que la traducción muy probablemente la escribieron a "cuatro manos": uno, con acento, leía en voz alta; el otro, traducía). Empecé a corregir las traducciones y acabé escribiendo las mías. Para entonces Meyer ya no se encontraba al frente del CEMCA. Su sucesor (Thomas Calvo) se interesó por el proyecto pero, como colonialista, me pidió que escribiera una introducción en la que situara a los tarahumaras desde la Colonia.
Ya no me interesó tanto el proyecto, pero no lo abandoné. En Guadalajara e imaginándome dónde podría encontrar material sobre Lumholtz, pensé que era ya tiempo de preguntar en la embajada de Noruega en la Ciudad de México. ¿Existirían en Oslo, películas sobre Lumholtz, dado que había explorado diferentes partes del mundo? ¿Existiría una biblioteca que conservara sus películas, sus fotografías? Levanté el auricular, llamé a la embajada y me conectaron directamente con la encargada del departamento de cuestiones culturales.
Me presenté como historiador (y no como alguien con un Ph.D. de Columbia y exestudiante de John Womack en Harvard) mexicano y pregunté si de casualidad sabía algo de Carl Lumholtz, pues estaba pensando publicar algo sobre él. El intercambio fue, aproximadamente el siguiente; el tono era el de "ustedes los mexicanos son unos imbéciles":
--Buenas tardes, señora X. Soy un historiador mexicano e investigo sobre la persona de Carl Lumholtz. Quisiera saber si podría orientarme respecto a lugares en Oslo que podrían tener materiales sobre él: archivos, bibliotecas...
--Ach! ¿Karl Lumholtz? ¡Pero sí él es alemán!
--¿Perdón?
--Usted llama a la embajada de N o r u e g a. ¡Cuelgue y llame a la embajada alemana!
--Disculpe pero yo sabía que era noruego.
--¿Con un nombre así? ¡Karl Lumholtz? Se equivoca. En Noruega no hay nadie con ese nombre. Haga mejor su trabajo, señor historiador.
Indispuesto a rendirme, le dejé mi número de fax de Guadalajara, por si alguna vez encontrara algo sobre ese alemán disfrazado de noruego. No pasaron dos meses, creo que ni dos semanas, cuando apareció un documental "noruego", sobre Carl Lumholtz.
¿Se disculpó conmigo la encargada de cultura (aunque no "hoch") de la embajada de Noruega? Por supuesto que no. Me envió un escrito, en noruego, de tantas páginas que acabó con mi papel de fax. Nunca más escuché hablar de esa señora ni vi el documental que, por cierto, debió contener fotografías y seguramente trozos de película original de uno de los cuatro viajes de Carl Lumholtz a México.
Ahora que recuerdo a Lumholtz y planeo viajar al norte de Europa, no descarto la posibilidad de visitar archivos y bibliotecas en Oslo. No necesito más de la señora X de la embajada noruega, aunque no hable noruego. Carl Lumholtz y no la señora X, vale la pena el viaje.