La vida del historiador-detective es una cosa seria
Los jóvenes historiadores quieren trabajar deprisa. Para obedecer los dictados del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) mexicano, apenas asisten a un archivo, y recaban la información que "rescatan" sobrevolando por encima de los documentos.
Cuando se enfrentan a un cúmulo de documentos (digamos siete tomos sobre un caso particular en un archivo militar) toman una o dos oraciones al azar y citan el documento sin explicar que se trata de siete volúmenes y que estos contienen más de 800 páginas. Difícilmente alguien leerá todas esas páginas para ver de dónde salieron las dos o tres líneas citadas. Eso al menos piensan ciertos autores: los menos recomendables.
La misma técnica la utilizan al leer rollos de microfilm (el "mejor historiador" de México, que en mi opinión es un imbécil, viajó hasta Washington para consultar unos rollos de microfilm que se encuentran en Guadalajara y en la Ciudad de México). De ahí que gente como Pedro Salmerón se maree cuando consulta un rollo de microfilm. No señor: los documentos no se hojean así. Se leen con gran detenimiento. Especialmente los documentos en microfilm. De algo estoy seguro: Salmerón no consultará un rollo de microfilm más en su vida.
Voy al punto: el historiador debe conocer el archivo en el que trabaja. Debe imaginarse en el papel del archivista actual y de todos los archivistas que lo precedieron. Si yo hubiera sido Salmerón (que por fortuna no lo soy) y estuviera estudiando la historia "militar" de la guerra civil mexicana (también llamada Revolución) y conociera los National Archives en Washington, D.C., o en College Park, Maryland, hubiera consultado, entre otros, los archivos de Guerra estadounidenses.
Pero como Salmerón desconocía los National Archives, no supo, ni se le ocurrió siquiera que existían, dentro de esos archivos, una rama de Guerra. Por ello fue directo a los archivos diplomáticos. Cuando lo leí en Twitter, me pregunté: ¿fue hasta Washington D.C. o a College Park, a consultar archivos diplomáticos en microfilm cuando los tenía disponibles en México? Vaya historiador imaginativo, ja, ja.
Entonces el joven y barbudo historiador estrella, encontró la excusa que buscaba: no consultó los archivos diplomáticos porque la máquina lo mareaba. Su historia se basó en los archivos militares disponibles en la Secretaría de la Defensa Nacional. No puedo repetirlo lo suficiente: si un historiador basa el 80 o el 90 por ciento de su investigación en un solo archivo, su versión será la de ese mismo archivo.
El historiador debe diversificar. Debe imaginar qué otros archivos existen que hablen del momento, del lugar, y de los hechos. ¿Quiero escribir sobre la Decena Trágica? Claro que puedo consultar ciertos archivos en la Ciudad de México. También periódicos. Pero... ¿es eso todo lo que existe? Si le preguntamos al novel historiador de Salmerón, dirá que sí. Que eso es "todo" lo que hay.
Si el historiador se queda allí, será deshonesto. Debe siempre pensar dónde existe información que no se encuentra fácilmente. ¿Por qué no acudir a los archivos eclesiásticos, por ejemplo? Lo que debe interesar al historiador, repito, es acudir al máximo número de fuentes disponibles. ¿Que ese historiador odia a la Iglesia católica? Pues que se trague su odio y consulte la correspondencia de los párrocos, de los obispos, de los arzobispos. Todos ellos, si escribieron sobre el tema, presentarán una versión diferente de los hechos: quizá un arzobispo escriba a Roma después de leer los reportes de los obispos, vicarios, párrocos, secretarias... quienes sean. Y en los archivos eclesiásticos (del arzobispado de México, por ejemplo), seguramente se encuentra esa información. Claro, se debe escudriñar el archivo con detenimiento.
La prensa es algo que se debe consultar a fondo. En todo el mundo existen hemerotecas y allí es donde debe acudir el historiador. Puede afirmar —como Salmerón lo hace en sus bibliografías— que consultó tres o cuatro periódicos. Para eso están los pies de página o notas al final de capítulos. Veamos: ¿consultó a fondo los periódicos o solo consultó tres o cuatro ejemplares? O peor: ¿recortes de periódico? El historiador que se comporta así (principiante o no) es deshonesto.
Y ¿qué tal si el historiador decidiera consultar periódicos de fuera de la Ciudad de México? O ¿de fuera del país? Yo, por ejemplo, encontré muchísima información sobre la Decena Trágica en Roma, publicada por un periódico italiano. No quiero decir que sabía de la existencia de ese periódico. Pero utilizando mi imaginación histórica decidí que debían existir periódicos nacionales, de un país como Italia, que al menos mencionaran los eventos de la Decena Trágica. Además, si ese era el caso, sabría de la importancia de dichos acontecimientos en el ámbito internacional.
He utilizado la imaginación histórica en muchos de mis textos. Siempre he buscado información en los lugares menos esperados (por los principiantes, esto es). Menciono el crimen de dos hermanos campesinos del pueblo colimense de Tepames. Dicho crimen ocurrió en 1909. Para enterarme a fondo sobre el caso, acudí al ahora Archivo Histórico del Estado de Colima (en donde existe el legajo del juicio de los dos crímenes de Tepames); consulté la prensa regional (Guadalajara) y nacional. Fui por supuesto al pueblo de Tepames y hablé informalmente con varias personas, familiares de las víctimas (los Suárez) y de los supuestos victimarios (los Anguiano).
El historiador Álvaro Ochoa, de El Colegio de Michoacán, mencionó, años atrás, que había encontrado materiales sobre Tepames en el archivo histórico Porfirio Díaz de la Universidad Iberoamericana. Hacia allá me dirigí. Encontré en ese archivo correspondencia de varios de los involucrados (sobre todo intelectualmente) en el asesinato de los dos hermanos Suárez.
Busqué la primera edición de una "novela" contemporánea que escribió un periodista español radicado en Guadalajara y que casi seguramente le costó la vida. En Madrid entrevisté a un sobrino de ese periodista y le pedí que me escribiera un texto sobre lo que la familia recordaba de ese tío que un día, siguiendo su afán de aventura, se fue (o vino) a vivir en México.
Seguí otra veta española. Como un juez proveniente de la Ciudad de México (y que Díaz envió a investigar y entrevistar a los inculpados) era de familia catalana y tenía un apellido poco común —Xicoy— lo busqué en el directorio telefónico. Di con una sobrina de Xicoy. Me habló de su tío y me dijo que Eduardo Xicoy tenía una memoria prodigiosa. Con ese dato en mente, releí cuidadosamente su correspondencia. ¿En qué le ayudó esa memoria cuando investigó en Colima los hechos? Xicoy estuvo a punto de desenmarañar la trama, pero varios poderosos locales (entre ellos el abuelo de Miguel de la Madrid Hurtado, entonces gobernador de Colima) convencieron a Díaz de que Xicoy debía salir de Colima.
¿Qué me faltó en esta investigación?
Uno de los entrevistados fue el párroco de Tepames. Por supuesto que leí la entrevista que le hicieron como parte del juicio. También otras cartas que, si no me equivoco, encontré en el archivo Díaz. Pero no fui a los archivos eclesiásticos. Los locales estaban entonces cerrados (si fuera un historiador holgazán más, eso hubiera bastado para no indagar más) pero no fui a los archivos del arzobispado de Guadalajara o del Arzobispado de México.
Tampoco consulté los reportes diplomáticos del cónsul estadounidense radicado en Guadalajara o del también cónsul o vicecónsul que a veces moraba en la ciudad de Colima y otras en el puerto de Manzanillo. Ignoro si en ese entonces había cónsul o vicecónsul en Colima, pero hubiera sido muy interesante consultar sus reportes, para ver qué decía sobre el suceso que llegó a discutirse en la prensa nacional, y en la que se vio directamente involucrado Porfirio Díaz.
Lamento no haber solicitado fotografías de Eduardo Xicoy a su sobrina. Ella era una mujer mayor cuando conversamos por teléfono, hace casi tres décadas. Si existían esas fotografías, se perdieron con el paso del tiempo.
Consulté por supuesto fuentes secundarias (es decir, aquellas escritas por personas que no presenciaron los hechos o vivieron la época). Leí una biografía de J.T. Alamillo, periodista colimense que era dueño, en Guadalajara, de la "Gaceta de Guadalajara". También de otro "historiador" apellidado Núñez que me dedicó una nota al calce –de una página– para refutar algo que yo había dicho (acertadamente) sobre su padre. Pero por supuesto, su pereza fundamental y ansias por regresar a Colima como "doctor", lo perdieron. No dijo absolutamente nada nuevo sobre Tepames.
Por lo que he escrito entenderá mi lector que el historiador es un detective del pasado y que, como tal, nunca deja ir a su presa. O al menos nunca abandona intelectualmente su tema. Siempre se le ocurre que posiblemente en algún rincón de Europa, Estados Unidos o América Latina, existe más información sobre su caso que no ha aprovechado. Por supuesto que eso le ocurre al historiador-detective con gran frecuencia.
Pero también sabe que no puede pasar la vida explorando un tema en particular. Imposible detenerse: otros intereses le llaman, otros archivos se abren, otros lectores preguntan. Llega el instante en que, momentáneamente al menos, debe abandonar esa pesquisa y apisonar otros caminos, otear hacia otros rumbos. Y así vive con seriedad su vida, el historiador-detective.