¿Plagiador o impostor?
Mucho se ha escrito sobre el plagio y quienes lo ejercitan. Entre los historiadores mexicanos existe una "larga" tradición. O quizá corta en el sentido de que en las últimas tres décadas he sido víctima de varios plagios: uno de ellos protagonizado por la "historiadora" Angélica Peregrina.
Otro más (un artículo mío sobre las Legiones y la Unión Nacional Sinarquista, que reimprimieron con gran descuido Peregrina y José María Muriá) muestra lo perverso de su trabajo: no pusieron mi nombre como autor (pese a que Muriá se comprometió en 1980 a que este aparecería dentro de mi artículo) y lo único novedoso fue agregar unos párrafos a mi texto: de ínfima valía. ¿Eso es todo lo que aprendió en sus años de posgrado la "doctora" Peregrina?
El plagio es deshonesto: muestra que el fraudulento imitador no tiene capacidades propias o es un perezoso infame. O una combinación de ambas cosas. Plagiar es secuestrar el trabajo de otros o de un individuo en particular para colocarse como autor, como descubridor de cuestiones novedosas o como el gran investigador que nunca se fue.
Hace un par de años, apareció en los medios tijuanenses un ataque a un excolega. Lo acusó de plagio un profesor de El Colegio de la Frontera. Los cargos aparecieron en la prensa, en el radio, en la televisión. Pronto otros colegas de ese profesor leyeron los textos de este investigador, para ver si encontraban algo de su propiedad intelectual en las páginas del acusado. Muchos lo hallaron inserto en los artículos del pirata académico. Un amigo mío me contó que él había tardado dos años en llegar a ciertas conclusiones que el susodicho había colocado como propias en un artículo.
Había más: el mismo pirata citó a mi amigo, pero no colocó en su biografía el artículo en donde mi amigo había escrito sobre el tema. En otras palabras, siempre podía argumentar, el ladrón de textos, que lo había mencionado. Pero: ningún lector que leyera el trabajo que el pirata citó, encontraría en él referencia alguna a las páginas del texto del primer autor. (Esta, por cierto, es una de las grandes ventajas de quienes usan el manual de la American Psychological Association [APA]: pueden argumentar que por un error citaron un texto en vez de otro. También pueden cortar secciones completas de otro autor y pretender haber leído las mismas obras).
El caso creció tanto que llamó mi atención. Yo, que tenía un colega en la Universidad Autónoma de Sinaloa, de donde se graduó el pirata, conseguí su tesis de doctorado. Primero me llegó un borrador de la tesis. Posteriormente tuve en mis manos la tesis con la que se "doctoró". Por el tema, supe que había una tesis de doctorado en antropología de Harvard defendida unos años atrás. Revisé el primer capítulo de la tesis de Harvard y luego el primero de la tesis defendida en la Universidad Autónoma de Sinaloa.
El primer capítulo de la tesis de mi colega era idéntico al primer capítulo de la tesis harvardiana. Cierto: era una traducción apresurada y mal hecha de la primera tesis. Como el primer autor, el segundo había investigado sobre un asesinato en un restaurant chino y como consecuencia entrevistado a varios testigos. Yo que he visto muchas cosas, me quedé helado: el segundo "entrevistó" a los mismos testigos, en el mismo orden y escuchó las mismas palabras repetidas. El segundo "autor" había leído también un libro y había dado justo con el mismo párrafo que el primer. El primer capítulo de ambas tesis seguía el mismo orden. No leí más, me pareció todo ignominioso.
¿Qué tenía de diferente la primera de la segunda tesis (en ese primer capítulo)? Primero, que la segunda estaba escrita en español. Pero además encontré un giro muy interesante: el imitador era también un impostor; pese a que no dudo que ese primer capítulo fue una copia deshonesta del capítulo del estudiante de Harvard, el segundo agregó ciertas partes como "suyas". El harvardiano por ejemplo escribió sobre el Centro Cívico sin llamarlo por su nombre y el segundo proporcionó el nombre exacto (¡guau!); el de Harvard dio una distancia aproximada —en millas— de este lugar respecto a la garita y el segundo precisó la distancia en kilómetros. También citó el segundo una o dos veces un periódico local.
El de Harvard se describió como estudiante que había pasado una temporada en un instituto universitario. El segundo, como el director de ese mismo instituto. En otras palabras, este había adquirido el trabajo, el conocimiento y la personalidad del primer autor y se había colocado en su lugar. Además de plagiario, el segundo era un impostor.
Por supuesto que el impostor no fue el primero ni el último en plagiar. Un caso reciente fue el de Martin Luther King, Jr., quien también plagió para su tesis. Tras analizar y corroborar el caso, un grupo de estudiosos anexó un documento al volumen original de la tesis en el que corroboró sin tapujos el plagio de King. El suplantador falleció accidentalmente poco después de que corriera la noticia de sus plagios. Pregunto: ¿no podría la Universidad Autónoma de Sinaloa emular el ejercicio de la tesis de King y anexar a la su egresado un documento parecido?