Tras la sombra del anonimato
Los dictaminadores se encubren bajo el anonimato. Si el tema que el autor de un artículo les disgusta, opinan lo que quieran; lo "destruyen" si así les place. Los dictaminadores asumen que nunca se sabrá quién escribió su "crítica", pero por encima de todo: que nadie les responderá. Por ello, a la desgastada frase de que la historia la escriben los vencedores, he de agregar otra dimensión. La historia la censuran los "vencedores" o, en el caso mexicano, los oficialistas.
Puesto que no tuve la oportunidad de responder a mis tres dictaminadores directamente, como me hubiera gustado, utilizo este espacio virtual para contestar. El artículo lo escribí hace muchos años y, estoy de acuerdo, con errores mayúsculos pero totalmente corregibles. Rescato, pues, los tres dictámenes anónimos que recibí por un artículo en el que analicé el periodo de Victoriano Huerta desde la perspectiva "binacional"; esto es, visto el periodo desde la presidencia de Estados Unidos. Woodrow Wilson, hombre racista de Virginia, se opuso de manera terminante a Huerta permaneciera en la presidencia. Prefería a un hombre blanco, al estilo Venustiano Carranza o su representante ante Wilson, Luis Cabrera. Aproveché para mi ensayo el trabajo de Sigmund Freud sobre Wilson, que apareció en coautoría con un exembajador norteamericano (William C. Bullitt).
El primero de los dictaminadores (cuya autora posiblemente sea Josefina Mac Gregor por su estilo visceral y por su pasión por citarse todo el tiempo) menciona que uso una dimensión "psicologizante" y que esa dimensión le parece "extraña" y no se usa "en nuestro medio". ¿En "nuestro" medio? ¿Quién es esa persona para hablar del medio historiográfico mexicano como si le perteneciera? ¿Una profesora, como sospecho, de la UNAM?
La misma dictaminadora recomienda que use a Michael Meyer y cuestiona información que derivé de él: "[Ortoll] nos describe un Huerta descendiente de españoles por vía materna, haciendo a un lado sin más trámite las referencias de que eran indígenas". Pero, no me leyó bien, pues tan usé a Meyer, que lo que ella critica proviene de Meyer. Exagera (además de que engaña) al decir que varias de mis hipótesis las habían manejado otros autores: entre ellos Friedrich Katz (que toca el periodo pero de manera muy general y un tanto oficialista); Berta Ulloa, una historiadora oficialista; Martha Strauss Newman, de la UNAM, quien en sus artículos no utiliza fuentes primarias, salvo por la obra de Edith O'Shaughnessy y, por supuesto, Josefina Mac Gregor. He leído su tesis de doctorado —extraordinariamente oficialista— y sus hipótesis no coinciden con las mías.
Me acusa además esta persona de "desacreditar" a Wilson y, como resultado, "justificar" a Huerta. Y por supuesto, de cuestionar (ella la llama "negar") la "teoría" generalizada, pero jamás probada, de que Huerta "hubiera intervenido en el asesinato de Madero y Pino Suárez, haciendo a un lado [sic] la inmensa bibliografía que existe al respecto". Si existen batallones de oficialistas que repiten lo mismo, yo, como historiador independiente, cuestiono lo que esos batallones repiten. Precisamente el que mirara el caso desde una perspectiva psicohistórica siguiendo a Freud debería aportar al debate. Pero lejos de que permitiera que mi artículo viera la luz, pidió que escribiera una tesis de doctorado y no un artículo que buscaba justamente el debate. Tiene por supuesto recomendaciones (algunas de ellas acertadas) pero que no necesariamente pienso seguir. Una última crítica de esta dictaminadora (que me convence más de que se trata de Mac Gregor) es que solo uso fuentes norteamericanas. Es decir, no estaba a su "nivel", pues ella utilizó fuentes españolas. Eso fue entonces, ahora también las he revisado, y muchas más.
El segundo dictamen corresponde evidentemente a un autor norteamericano. Si es claro por mis citas que leo inglés, ¿por qué envió un dictamen tan mal redactado en español? ¿No había nadie que corrigiera su texto? Me pareció insultante y le presté por ello menos atención que al primero. De todas maneras conoce historia estadounidense y tiene algunos puntos con los que concuerdo pero solicita una revisión exhaustiva a la que no pienso llegar. Agrega, no sé por qué, que "[e]l libro de Shaunessy [sic] es fácil encontrar. Lo vende en Amazon y de vez en cuando en Half Price Books". ¿Shaunessy? Si lo buscara en Amazon, como sugiere, nunca lo podría encontrar por el apellido, que es O'Shaughnessy. Esto para mí muestra el poco cuidado con que escribió su dictamen.
Agrega además: "Pagina 10: [Edward I.] Bell dice que no había animosidad entre Huerta (Huichol) y Madero (criollo aristocrática)? Yo creo lo contrario. ! Y la próxima aclaración de Huerta es llamar a Madero un “pendejo”!" Aclaro que yo no llamé a Madero "pendejo": cité a alguien más que a su vez copió las palabras de un primer autor. Pero a mí me pareció particularmente importante rescatar esas palabras porque el primero de los tres autores (yo incluido) transmitió al Huerta que conozco. Esto es, a un general que hubiera reaccionado de esa manera ante la noticia del asesinato de Madero.
Pero, por encima de todo, las palabras de Huerta respaldan mi hipótesis contra el batallón de adeptos (y proselitistas) maderistas. Huerta no era un tonto como han querido pintarlo los "historiadores" desde los tiempos de Carranza. Con todos sus defectos (y los que le pintaron los carrancistas y repiten hasta ahora los oficialistas), Victoriano Huerta no era estúpido. Sabía que muerto Madero, tendría muchos problemas políticosy diplomáticos. A él no le importaba la vida de otros (lo dicen Bell y O'Shaughnessy), pero se opuso a los planes de asesinar al entonces presidente. Todo se le salió de las manos y existen testimonios que sugieren que el asesino intelectual de Madero fue el general Manuel Mondragón.
Leí en la prensa que Huerta afirmó, ante un grupo de periodistas en Estados Unidos (no recuerdo la ciudad), conocer la identidad de quien mandó asesinar a Madero. Pero que —desafortunadamente para historiadores como yo— no revelaría su nombre por cuestiones de honor. En suma: es cierto que está a debate la autoría intelectual del asesinato de Madero, pero también lo es que no voy a repetir palabras de Mac Gregor o Berta Ulloa. Este segundo dictaminador se inclinó porque se publicara mi artículo, siempre que agregara lo que me sugería. Quizá algunas cosas, pero no todo. Y dejaría en mi texto la palabra "pendejo" (las palabras textuales que supuestamente Huerta pronunció, fueron: "ya me hicieron mártir a este pendejo") por ser crucial para que se entienda la postura de Huerta, fuera o no el autor intelectual de Madero. Esto es otra discusión.
El tercer o tercera dictaminador(a) que se opuso a que se publicara mi artículo, escribe, contradiciendo al primer dictaminador o dictaminadora:
"El autor maneja dos libros extraordinarios. Nos referimos a Michael C. Meyer, Huerta: Un
retrato político, y el libro de Edith O’Shaughnessy, La esposa de un diplomático en
México. Realiza un excelente repaso de la misión del agente especial John Lind, de la
provocación de los marineros del Dolphin en el puerto de Tampico, y de la invasión del
puerto de Veracruz".
Guau. Son buenos comentarios, en apariencia. Pero, sigue, tuvo sus dudas: "[s]ólo que estos sucesos ya han sido trabajados. Son ampliamente conocidos. La duda, es ¿cuál es la aportación del autor del artículo?" Por supuesto que han sido trabajados y por lo que veo él no ha leído a fondo la bibliografía. ¿Mi aportación? Pues solo que me opongo a la postura de los historiadores oficialistas, utilizo a autores poco trabajados y desenterré archivos (de O'Shaughnesst en Nueva York y de John Lind en microfilm en la Universidad de Arizona) que ni la gran historiadora Mac Gregor sabía que existían o podría consultar: entiendo que no lee inglés. Como no respondí a la duda existencial del tercer dictaminador directamente, decidió que mi artículo no se publicara.
Lo anterior es solo un ejemplo de los comentarios que vierten los dictaminadores anónimos. Es tiempo de que otros autores publiquen los suyos para aleccionar a estos verdaderos personajes enigmáticos y mostrarles cómo se puede ser crítico, pero a la vez constructivo en sus incomprensibles y cuestionables comentarios.