Pedro Zamora Briseño, "Huerta, el 'ilustre'". Proceso, 21 de noviembre de 2010.

Victoriano Huerta
historia oficial

PROCESO

17 de noviembre de 2010

Pedro Zamora Briseño

COLIMA, COL.- A un siglo del inicio de la Revolución Mexicana, es tiempo de que se “levante el castigo” a Victoriano Huerta y que sus restos mortales, actualmente sepultados en el panteón Evergreen de El Paso, Texas, sean repatriados a México, considera el historiador Servando Ortoll, profesor investigador de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).

Pero el académico va más allá y propone que al general Huerta —a quien la historia oficial atribuye los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez—, se le traslade a la rotonda de las personas ilustres de México o a la de Guadalajara.

“Me parece inverosímil —dice— que estemos festejando el Centenario de la Revolución y se siga imponiendo este castigo a alguien como Huerta; si se le tiene castigado es el momento de perdonarlo, pero más allá de hacerlo de manera simbólica, creo que se merece un lugar en la historia de México y en el panteón de los hombres ilustres”.

Ortoll, doctor en Sociología Histórica por la Universidad de Columbia, de Nueva York, y miembro en México del Sistema Nacional de Investigadores nivel II, inició hace cinco años una investigación sobre la figura de Victoriano Huerta, que no ha concluido.

Sin embargo, con base en los resultados obtenidos hasta ahora, después de indagar en archivos de México y Estados Unidos, Servando Ortoll sostiene que no existen elementos para afirmar que el jefe militar haya estado implicado en el doble crimen.

“Yo cada vez estoy más convencido de que se trata de una falacia, pues de acuerdo con testimonios de gente cercana, Huerta no tenía ningún interés por matar a Madero; no tenía el rencor necesario para hacerlo y sí la sangre y la cabeza fría para no ejecutarlo; él pensaba que era mejor tenerlo vivo y conspirando, que muerto y con ese suceso convertido en algo que causara gran malestar”, comenta el historiador en entrevista con Proceso.

Añade que aunque Victoriano Huerta estaba molesto con Francisco I. Madero por algunas decisiones que tomó como presidente, dudó mucho en participar en la conjura en su contra.

El hecho de que el nombre del militar oriundo de Colotlán, Jalisco, estuviera entre signos de interrogación en una lista de supuestos “conjurados” —mostrada al presidente Madero por su hermano Gustavo—, es interpretado por Servando Ortoll como evidencia de dos posibilidades: que los propios militares dudaban de la entrega de Huerta a la conjura o de que éste realmente no estaba convencido de participar.

En un ensayo inédito denominado “Victoriano Huerta: ¿Patriota o traidor a la patria?”, elaborado con base en los primeros resultados de su investigación, Ortoll expone:

“Los hechos conocidos de cerca por observadores o individuos que recibieron las noticias de estos últimos, coinciden en absolver a Huerta de aprobar la muerte de Madero por medios violentos… En una reunión complotista [del 17 de febrero de 1913] en la que Huerta participó, los ahí presentes no pudieron convencerlo de que convenía deshacerse de Madero, (lo que Huerta) veía como un error garrafal”.

De acuerdo con el testimonio de Edward Bell, editor de los periódicos norteamericanos de The Daily Mexican y La Prensa, “al inicio [Huerta] rehusó a quemarropa escuchar la sugerencia [de asesinar a Madero] y la conferencia llegó a un punto muerto sobre este asunto [...] Se argumentó que no habría paz en México mientras se permitiera a Francisco Madero seguir con vida. Esta opinión la presentaron no sólo los más impulsivos, sino también los defensores más sobrios de los intereses mercantiles”.

Conforme al testimonio de Bell, Huerta replicó que “la ejecución de Madero [...] presentaría obstáculos de muchos tipos al presidente provisional de México. Las relaciones con países extranjeros, que serían bastante difíciles [...], se complicarían seriamente por el proceso seguido contra Madero por una ofensa capital que llevaría al resultado inevitable [de su muerte]”.

A juicio de Ortoll, Huerta “no creyó que los conspiradores llevaran a cabo el asesinato a sangre fría de Madero. Creyó, como lo muestra el testimonio de Bell, que a lo sumo conducirían un juicio en contra del presidente, antes de fusilarlo. No contó con que los conjurados le dieran la espalda al general y asesinaran al presidente aplicándole una variante de la ley fuga o del fuego cruzado para evitar que Huerta, ya conocida su postura, interviniera en defensa de Madero”.

Aunque el investigador califica el ascenso de Huerta a la Presidencia como un acto de oportunismo por parte de éste, lo atribuye al hecho de que quienes lo rodeaban sabían que “él era el único que podía coordinar las diferentes fuerzas, pacificar el país y dejarlo estabilizado para el siguiente presidente, que en orden de sucesión debía ser Félix Díaz —sobrino de Porfirio Díaz—, quien organizó el cuartelazo contra Madero”.

Autor de una docena de libros y más de cincuenta artículos académicos sobre historia regional y nacional, Servando Ortoll coincide con algunos autores mexicanos al señalar a los militares Félix Díaz, Aureliano Blanquet y Manuel Mondragón, como posibles involucrados en el asesinato de Madero y Pino Suárez, el 22 de febrero de 1913, pues “según se dice, tenían mucho miedo a la popularidad de la figura de Francisco I. Madero”.

—¿Desde su punto de vista, cuáles son los méritos de Victoriano Huerta para repatriar sus restos y reconocerlo como hombre ilustre?

—La idea fija de Huerta era pacificar al país. Una vez que llegó al poder decidió que lo que México necesitaba era la pacificación y dedicó todo su poder a luchar por ello. No logró hacerlo porque el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, intervino constantemente apoyando de manera decidida a Venustiano Carranza e incluso durante un tiempo a Francisco Villa; finalmente Wilson mandó una flotilla de varios buques a Veracruz y manipuló a los países del ABC (Argentina, Brasil y Chile) para que Huerta quedara convencido de que no tenía nada que hacer en México y que era mejor que abandonara el país.

El historiador refuta la versión oficial en el sentido de que Huerta se marchó del país perseguido por las bayonetas de Carranza, pues “no salió huyendo de nadie: que después de escuchar la opinión de mucha gente cercana, él decidió irse por el bien de México, y por esa misma razón trató después de regresar a luchar como soldado; estas dos razones, en mi opinión, lo hacen más que merecedor de estar entre los hombres ilustres”.

Durante los 16 meses que estuvo en el poder, de febrero de 1913 a junio de 1914, Huerta “sufrió gran presión terriblén por parte de Estados Unidos”, que conspiró en su contra con la venia de los ingleses y estableció un embargo que no le permitía cruzar libremente armas y municiones desde Estados Unidos, lo que equivalía a seguirlas importando pero a precios exorbitantes.

“Después de que ve uno todas estas cosas en su conjunto —refiere Ortoll—debe entender que gobernó con todo en contra. Lo que quería era que lo dejaran en paz. Incluso hubo una entrevista con el agregado de la embajada norteamericana para decirle que por favor lo dejaran actuar a él solo; no pedía ayuda, sólo que no se metieran”.

Tras su salida del gobierno y del país, Victoriano Huerta se refugió en España, de donde regresó al Continente Americano en 1915, por Nueva York, y después se trasladó a Newman, Nuevo México, donde fue arrestado junto con el general revolucionario Pascual Orozco, por la presunta violación de las leyes de neutralidad de Estados Unidos: se creía que ambos tenían planeado cruzar de El Paso a Ciudad Juárez a encabezar una rebelión contra el gobierno de Carranza.

Durante su investigación, Servando Ortoll localizó en archivos estadounidenses cartas firmadas por jefes militares mexicanos villistas y carrancistas que “tenían pavor de Huerta” y pedían al gobierno de Estados Unidos detenerlo y no dejarlo cruzar a México.

“La segunda parte de esta historia se dio cuando fue detenido y los señores que pedían no dejarlo pasar, cambiaron la tónica y entonces querían que se los entregaran para enjuiciarlo en México y seguramente asesinarlo. Fue una ironía que quien le salvó la vida esa vez fue el mismo que lo metió en la cárcel, Woodrow Wilson, porque dudaba si las cartas que reclamaban su extradición eran verídicas”.

Meses después de permanecer encerrado en la prisión de Fort Bliss, en Texas, empeoró la salud de Victoriano Huerta, por lo que fue entregado a su familia y murió en El Paso el 13 de enero de 1916. Inicialmente fue sepultado en el panteón La Concordia y años después, sus restos fueron trasladados al Evergreen, donde reposan hasta la fecha en una tumba modesta.

Ortoll no es optimista ni cree que haya posibilidades reales de que el gobierno mexicano acceda a traer al país los restos de Victoriano Huerta y que cambie la visión oficial que ha seguido a este personaje durante más de ocho décadas.

“Es muy difícil porque Madero sigue siendo el símbolo de la democracia en México y Huerta cae entre los intersticios de la política: los priístas no lo quieren porque supuestamente asesinó a Madero y los panistas pueden pensar lo mismo, además de que si se glorifica a uno no se puede hacer lo mismo con quien supuestamente lo asesinó.

“Ahí cabe preguntarse si la historia oficial es tan poderosa que puede inhibir a los panistas de la posibilidad de repatriar a Huerta a México, pero de que merece regresar sí, y de que es vergonzoso que esté en una tumba olvidada de Texas, también”.

De acuerdo con Ortoll, la historia oficial “asienta en las conciencias un pasado fácil de digerir y de aceptar. Un pasado perfecto. La oficial es la representación acartonada de una obra en donde todos los actuantes —sublimados y protervos— tienen su lugar y entorno cuidadosamente delineados. De los capítulos de nuestra ‘historia revolucionaria’, el acto que más apasiona es aquél en el que aparecen cara a cara el ‘malévolo y despreciable’ Huerta ante el ‘santurrón’ y para siempre ‘beatificado’ Francisco I. Madero”.

—¿Es difícil ir contra la historia oficial?

—Es imposible, pero lo estoy intentando. El otro problema es ver qué tan fácil será lograr que una editorial acepte publicar mi libro sobre Huerta. Originalmente pensé que podría escribir una novela y vender miles de ejemplares, pero entre más me metí al personaje y sus preocupaciones y entre más vi que mucha gente se niega a creerle únicamente por tratarse de las palabras de Huerta, pensé que sería hacerle un mal favor hablar de él en forma novelada. Esto, porque para los historiadores oficialistas sería mucho más fácil ignorar mi trabajo llamándolo novela. Huerta merece que alguien escriba una biografía o historia de su persona con los datos y las fuentes sobre la mesa y que participen los historiadores oficialistas, si lo quieren, en un debate académico.

—¿Se propone reivindicar la figura de Victoriano Huerta?

—No necesariamente reivindicarlo o no reivindicarlo. Lo que me interesa, y es más importante para mí, es entenderlo como persona y explicar, una vez que lo haya entendido, por qué actuó de la manera que lo hizo. También busco rescatar partes de su biografía que son desconocidas hasta nuestros días. Por ejemplo, cómo lo espiaban: había espías atrás de él mañana tarde y noche. Desde el momento en que salió de México lo siguieron. Sabían qué hizo cuando estuvo en España, cuando fue a Inglaterra, incluso qué hizo cuando estuvo en Estados Unidos. En esto hay mucho más que el simple etiquetamiento maniqueo de los héroes o villanos mexicanos.

En el caso de Huerta, abunda el investigador, “tenía valores importantes, entre ellos su patriotismo y su preocupación por México. Pero parece ser que los historiadores mexicanos y los propagandistas antihuerta, o cualquier otra persona que escriba historia de México desde las instituciones oficialistas mexicanas, no quieren pasar más allá de calificarlo como golpista, conspirador o traidor a la patria, y no se les ocurre que hay en él una dimensión muy rica y muy humana”.

Entre las principales aportaciones de su investigación, Ortoll ubica un hallazgo que considera fundamental: que no puede entenderse a Huerta sin la actuación del presidente estadounidense Woodrow Wilson y viceversa.

Revela que en documentos hallados en archivos norteamericanos consta que el gobierno de Wilson se proponía reemplazar a Huerta por otro dictador y “eso va contra lo que Wilson declaraba públicamente, por lo que era demagogia; estoy invitando a mis colegas historiadores norteamericanos a revisar a Wilson, ya que ésta es una investigación que además de arrojar luz sobre la vida de Huerta, describe la forma de pensar y de actuar del presidente de Estados Unidos; que no era el gran luchador por la democracia que la gente cree”.

Servando Ortoll calcula que su libro sobre Huerta podría estar listo para publicarse en un plazo de dos o tres años. “Todavía necesito revisar archivos como los cubanos; espero que mi obra lleve a otros historiadores a lanzar otra mirada a los héroes mexicanos, en el sentido de tomarlos mucho más en serio y de trabajar más a fondo sus personas”.

Para Ortoll, la experiencia de indagar sobre la figura de Huerta ha sido un buen ejemplo para experimentar una forma de romper con la historia oficial o fracturarla, presentando otros aspectos que han sido obviados u olvidados.

Puntualiza: “Si yo hablo bien de Huerta, necesariamente voy a afectar a Madero o voy a hablar mal del héroe popular que era Pancho Villa o de su majestad Venustiano Carranza y del gran ídolo Emiliano Zapata. Claro, si yo meto la figura de Huerta en ese tablero, voy a hacer mucho ruido y a mover las otras figuras de las casillas en las que se encuentran enraizadas”.

Exalumno del historiador John Womack, cuya obra sobre Emiliano Zapata “fue tan alabada porque quitó a los políticos priístas el símbolo de este personaje y lo convirtió en un hombre de carne y hueso”, Servando Ortoll se propone desarrollar una labor parecida con el tema de Huerta.

“Es importantísimo, pero pocos se han atrevido a retomar su ejemplo. Entonces, como exdiscípulo de Womack, considero que también (la investigación sobre Huerta) es una especie de tributo a alguien que trabajó y enseñó durante tantos años sobre la historia mexicana”, concluye.

 

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